domingo, 8 de julio de 2012

Crítica los yogures de hoy en día

Me sorprende muchísimo los nuevos inventos de hoy en día. No me refiero a las gilipolleces en plan la Batamanta, los típicos succionadores de cera de oídos o un depilanarices. No, señor. El avance tecnológico absurdo ha existido toda la vida, y mientras sigan habiendo incautos e ingenuidad entre la raza humana, seguirán estando ahí. Me refiero a lo que provocan esos expertos en marketing y comercio que insultan la inteligencia del ciudadano medio (y con razón), reinventando productos ya existentes y vendiéndolos como si de la misma panacea se tratara.

Si queréis que os quede claro de lo que estoy hablando, sólo tenéis que mirar los yogures de vuestra nevera y fijaros en el engañabobos del siglo XXI (todo el mundo pensaba que los informáticos sustituirían a los mecánicos, pero los auténticos estafadores son Danone y competencia). Por cierto, si sois jóvenes estudiantes viviendo fuera de casa es posible que no funcione el experimento.

Podréis encontrar sabores que se pasan la barrera de lo hilarante, y empezarte a preguntar quién demonios compra yogures con sabor pastel de manzana, higo, guaraná y durazno, ciruelas pasas, papaya... (pues en teoría estás mirando tu nevera, o sea que la pregunta de quién los compra tiene fácil solución). Pero lo que más me intriga es sus efectos super positivos y super necesarios en nuestro organismo. Si os fijáis en la publicidad de estos elixires nos prometen desde reducir nuestro colesterol, hasta una vida gastrointestinal sana más absorbente que el papel de baño, sin olvidarnos de reforzar nuestras defensas antes de hacer lo que todo el mundo hace una mañana de invierno lluviosa, tirarse en un sucio charco de barro lleno de malvadas bacterias deseosas de atacarnos (mi día a día). Nos cuentan todo ello usando unas palabras muy muy técnicas de las que no habíamos oído hablar anteriormente en toda nuestra vida, pero que suenen muy científicas, desafiando la ignorancia del televidente incluso. Podemos ver como ejemplo los ya muy famosos Bífidus Activo, Actiregularis, L-casei inmunitas, etc. a los que debemos estar eternamente agradecidos por proporcionarnos una vida sana y energética. ¿Por qué le dieron el premio Nobel de la Paz a Obama pudiendo dárselo a esta gente?

Y la cosa no se queda aquí, porque no sólo nos ayudan a soportar todo nuestro día a día, sino que encima también son 0% grasas, todo pensado para que esa madre de dos hijos, que siempre tienen la fea costumbre de llenarse de mierda la ropa, exitosa contable de una multinacional que la explota, pero aún así, disfruta de su trabajo, y que sigue quedando con sus amigas para charlar cuatro veces por semana en el bar habitual desde que entraron juntas en la "facul", no tenga que perder ni un sólo segundo en ir al gimnasio para recuperar su esbelta y prominente figura. Maravillosos productos ideales para personas que quieren tener tanta materia grasa como materia gris.

domingo, 1 de julio de 2012

Crítica My Fair Lady el musical

El viernes 29, tuve la suerte de sufrir un importunio y acabar cuidando a mi abuelo que tenía que asistir al auditorio de Tenerife a ver el musical que protagoniza Paloma San Basilio de My Fair Lady. El hombre está ya mayor y enfermo, por lo que necesita compañía casi completa para casi todo el día, y durante el musical, yo fui esa compañía. Los prejuicios que albergo en mi interior, como todo ser humano, me hicieron al principio reacio. a pasarme las aproximadamente dos horas viendo el musical, pero como el plan alternativo era volver a mi casa en guagua y jugar al Diablo 3, pues decidí quedarme e intentar disfrutar del espectacula. El esfuerzo que hice en el intento del disfrute, he de decir que fue prácticamente inexistente, y no consiguiera entretenerme con la obra, todo lo contrario, me cautivo sobremanera.

Me gustaría tener un mayor conocimiento en el mundo de la música y la teatralidad para poder juzgar con mayor rigor, pero me temo que este ha sido el primer musical que he asistido, y mi crítica carece del suficiente criterio como para sacarla del mundo de la opinión mundana. Como tampoco se ha de tomar muy en serio nada de lo que escribo, continuo con la crítica a pesar de los impedimentos.

Aún a pesar de que la historia me pareciera poco original, tampoco hay que dictaminar la setencia fijándonos demasiado en este punto, puesto que el ahora clásico y predecible argumento que tiene My Fair Lady, fue en su época original y sorprendente, por lo que podríamos considerar un halago que haya durado casi sesenta años sin apenas perturbación. Centrémonos mejor en la actuación de sus personajes. Lo que realmente cautiva y engancha al espectador incauto como yo, son las coreografías y canciones de la obra. Paloma San Basilio, fue sin duda esa cantante de gran voz de la que te suena su nombre, aunque no sepas decir ni uno de sus temas. Yo (una persona que una vez más te repite que no tiene el suficiente conocimiento musical), te lo garantizo. Me encontraba tan sumergido en la representación que cuando llegó el inesperado descanso entre los dos actos que componen la obra, mi cara expresaba algo parecido a como cuando te dejan un polvo a la mitad "¿Ya? ¿Cuando continúa esto? ¿Veinte minutos de descanso? ¡Venga hombre! ¡Poned a currar a esos esclavos que tenéis de actores que pierdo el ritmo!"

Los personajes consiguen esas excentricidad y melodramatismo que sólamente queda natural en el teatro a carne viva, llegando incluso a conseguir la personificación de uno mismo, como me pasó a mi con Higgins, el eminente profesor de fonética, pero inculto en los laberintos amorosos con las mujeres, y con el padre de la protagonista, Alfred P. Doolitlle, el gran filósofo y moralista cajero, a la par que cliente habitual de la cantina donde se emborracha día tras día. La profesionalidad del reparto me pareció sorprendetemente eficaz, sobretodo con el vestuario y cambios de escenario. Puedo estar poco acostumbrado al mundillo, pero mi cautiverio por la obra fue completo.

Todo piropo a la obra es poco cuando llego al punto fuerte, la puesta en escena y la música. Lo que realmente me dejó la piel de gallina. Sin duda, la acústica única que tiene el auditorio de Tenerife, contribuyó a dejarme pasmado, pero los actores que cantaban gozaban de una voz de gran presencia y porte, entre los que destaca a mi pensar, el actor que encarna a Freddy Eynsford-Hill, el enamorado de la protagonista, Eliza Doolitlle, que tristemente la obra deja sin final. El único punto que me hace mostrar una mueca de ligera indignación.

Carismática, impactante y divertida en más de una ocasión. Si tienes los treinta euros que cuesta una entrada alejada, merece la pena que vayas a disfrutar de una buena tarde degustando la obra, y si te sobran cuarenta y cinco, creo que la diferencia de quince euros que supone sentarse atrás o alante, merece la pena, la verdad. Deja que la buena música te golpee la cara.