Los nombres del siguiente texto han sido modificados para asegurar la intimidad de los afectados
Me encontraba haciendo lo que yo llamo bailar, en una discoteca al azar, de Las Palmas diría yo. Tras una larga conversación sin sentido con un profesor de mi antigua universidad, una de las impresionantes camareras del bar me invitó a un chupito de tequila, poniéndose el limón en la boca y la sal entre los pechos. No le iba a hacer un feo a la chica, o sea que decidí jugar a su juego. Vi un flash y me sorprendí a mi mismo en el baño enrollándome con la camarera, a la que le estaba metiendo más mano que un político a las arcas del país. La cosa se estaba poniendo interesante cuando una voz en off con acento de La Palma, atacó mis tímpano de tal manera que me desconcentró totalmente de la tarea que tenía entre manos, tanto yo, como mi amiga la camarera.
Salí del sueño con la cabeza dándome vueltas sin poder centrar la mirada en nada en concreto. “¿Dónde estoy?” pensé. Decidí buscar pistas a mi alrededor para poner en orden mi GPS interno. Una habitación que parecía haber sufrido una catástrofe natural, y Juanlo acostado en la cama del otro lado de la habitación, me hicieron deducir que me encontraba en su cuarto. De Mara era la voz que me había despertado de mi placentero sueño. No paraba de hablar, molestándome constantemente para que me levantara, porque tenía prisa para ir a comer “Estaba a punto de follar y ahora estoy aguantando a una mujer que no para de darme el coñazo. La historia de mi vida” Cogí el móvil y vi que eran las dos de la tarde, una hora relativamente temprana para levantarse después de una noche de juerga.
“¿Cómo he acabado aquí?” Intenté hacer memoria, pero mis recuerdos se parecían a mis exámenes, casi todo en blanco con ligera información borrosa aquí y allá. Lo último que recordaba era estar bebiendo una cerveza por fuera de una discoteca, mientras a Juanlo le cuidaba una enana, que mediría alrededor de un metro cuarenta estaría dispuesto a apostar. No me preguntéis como la conocimos. Proseguí intentando visualizar imágenes en mi mente de la fiesta de ayer, y éstas fueron apareciendo en orden cronológico. Me vi deambulando por las calles, dando tumbos de aquí para allá, ofreciendo vergüenza y espectáculo a los más madrugadores, y descubrí que había cogido un taxi para llegar a mi casa. Sí, eso era. Recordé al taxista y su manera de hablar tan peculiar, era una mezcla entre godo gangoso y John Wayne, el típico tío al que Manolo Vieira metería en uno de sus chistes “¿Era así realmente o sería cosa de la borrachera?” Nunca lo averiguaría. A partir de ese punto intentar recordar era un caso perdido, estaba todo borroso.
Me acabé levantando porque Mara seguía con su interminable monólogo, cuando me di cuenta de que había dormido con la ropa de ayer “Mejor, así me ahorro el vestirme”. Salimos y mi cabeza seguía girando como un trompo mal lanzado mientras subíamos el infinito trayecto hasta el comedor. Degusté lo que pude tragar de una asquerosa sopa y el plato de ropa vieja más aceitoso que he visto en mi vida. Durante ese rato deseé para mis adentros no haber nacido.
Al volver al cuarto, entre charlas vacuas y efímeras quejas sobre como nos encontrábamos, empezamos con la rutinaria conversación de contarnos lo que recordábamos de ayer, para ver si conseguíamos reconstruir los hechos. No llegamos a nada puesto que Juanlo había bebido más que un irlandés el día de San Patricio y su memoria andaba igual de perdida que la mía. De algún lado salió la tentativa de volver a emborracharnos tomándonos la botella de ron que él guardaba en su cuarto. Dicen que la mejor manera de evitar la resaca es volviendo a empezar a beber, pero como acabábamos de comer, sabía que no me iba a subir el alcohol por mucho que bebiera, o sea que opté por declinar la oferta.
Sin embargo, tenía que admitir que aunque uno puede llegar a acostumbrarse a salir todas las noches, nunca se acostumbrará a las resacas posteriores, y la de hoy me estaba matando. Había que actuar en consecuencia. Miré a Juanlo y con un tono medio en serio, medio en broma, le propuse fumarnos un par de porros de marihuana. Coincidió conmigo sin pensárselo mucho y nos pusimos manos a la obra. Creamos una cola de reproducción bastante larga para crear ambiente y dejamos que nuestro criterio musical guiara la conversación. Una cosa llevó a la otra y no me acuerdo de quien fue la idea, pero nos pusimos a ver Toy Story 3, y gracias a la marihuana y a su efecto catalizador sentimental, acabé llorando a mares, como si fuera una solterona de cincuenta tacos en la boda de su mejor amiga. Si hubiera tenido algún juguete a mi alrededor, lo hubiera abrazado y jugado con él un rato (Hasta que se me pasara el efecto de la maría probablemente...).
Acabó la película y seguía fumado, “Buena hierba” pensé. De repente, por cosas del colocón, me dio un antojo de escribir, y como al ordenador de Juanlo no le funcionaba el teclado (me da que se le cayó media botella de vodka encima), pues estoy ahora mismo escribiendo a boli y papel. Deberíais ver la hoja, está llena de manchas, tachones, firmas y algún dibujo abstracto debido a que me subió fuerte el último porro.
Todavía tengo una larga noche de aquí hasta que me duerma. Es sábado, pero, viendo como se encuentra, dudo que pueda convencer a Juanlo para salir hoy también. De todas maneras, tengo todavía la botella de ron aquí “Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña” pienso mientras la botella me llama con su dulce y embriagador canto de sirena.
Me encontraba haciendo lo que yo llamo bailar, en una discoteca al azar, de Las Palmas diría yo. Tras una larga conversación sin sentido con un profesor de mi antigua universidad, una de las impresionantes camareras del bar me invitó a un chupito de tequila, poniéndose el limón en la boca y la sal entre los pechos. No le iba a hacer un feo a la chica, o sea que decidí jugar a su juego. Vi un flash y me sorprendí a mi mismo en el baño enrollándome con la camarera, a la que le estaba metiendo más mano que un político a las arcas del país. La cosa se estaba poniendo interesante cuando una voz en off con acento de La Palma, atacó mis tímpano de tal manera que me desconcentró totalmente de la tarea que tenía entre manos, tanto yo, como mi amiga la camarera.
Salí del sueño con la cabeza dándome vueltas sin poder centrar la mirada en nada en concreto. “¿Dónde estoy?” pensé. Decidí buscar pistas a mi alrededor para poner en orden mi GPS interno. Una habitación que parecía haber sufrido una catástrofe natural, y Juanlo acostado en la cama del otro lado de la habitación, me hicieron deducir que me encontraba en su cuarto. De Mara era la voz que me había despertado de mi placentero sueño. No paraba de hablar, molestándome constantemente para que me levantara, porque tenía prisa para ir a comer “Estaba a punto de follar y ahora estoy aguantando a una mujer que no para de darme el coñazo. La historia de mi vida” Cogí el móvil y vi que eran las dos de la tarde, una hora relativamente temprana para levantarse después de una noche de juerga.
“¿Cómo he acabado aquí?” Intenté hacer memoria, pero mis recuerdos se parecían a mis exámenes, casi todo en blanco con ligera información borrosa aquí y allá. Lo último que recordaba era estar bebiendo una cerveza por fuera de una discoteca, mientras a Juanlo le cuidaba una enana, que mediría alrededor de un metro cuarenta estaría dispuesto a apostar. No me preguntéis como la conocimos. Proseguí intentando visualizar imágenes en mi mente de la fiesta de ayer, y éstas fueron apareciendo en orden cronológico. Me vi deambulando por las calles, dando tumbos de aquí para allá, ofreciendo vergüenza y espectáculo a los más madrugadores, y descubrí que había cogido un taxi para llegar a mi casa. Sí, eso era. Recordé al taxista y su manera de hablar tan peculiar, era una mezcla entre godo gangoso y John Wayne, el típico tío al que Manolo Vieira metería en uno de sus chistes “¿Era así realmente o sería cosa de la borrachera?” Nunca lo averiguaría. A partir de ese punto intentar recordar era un caso perdido, estaba todo borroso.
Me acabé levantando porque Mara seguía con su interminable monólogo, cuando me di cuenta de que había dormido con la ropa de ayer “Mejor, así me ahorro el vestirme”. Salimos y mi cabeza seguía girando como un trompo mal lanzado mientras subíamos el infinito trayecto hasta el comedor. Degusté lo que pude tragar de una asquerosa sopa y el plato de ropa vieja más aceitoso que he visto en mi vida. Durante ese rato deseé para mis adentros no haber nacido.
Al volver al cuarto, entre charlas vacuas y efímeras quejas sobre como nos encontrábamos, empezamos con la rutinaria conversación de contarnos lo que recordábamos de ayer, para ver si conseguíamos reconstruir los hechos. No llegamos a nada puesto que Juanlo había bebido más que un irlandés el día de San Patricio y su memoria andaba igual de perdida que la mía. De algún lado salió la tentativa de volver a emborracharnos tomándonos la botella de ron que él guardaba en su cuarto. Dicen que la mejor manera de evitar la resaca es volviendo a empezar a beber, pero como acabábamos de comer, sabía que no me iba a subir el alcohol por mucho que bebiera, o sea que opté por declinar la oferta.
Sin embargo, tenía que admitir que aunque uno puede llegar a acostumbrarse a salir todas las noches, nunca se acostumbrará a las resacas posteriores, y la de hoy me estaba matando. Había que actuar en consecuencia. Miré a Juanlo y con un tono medio en serio, medio en broma, le propuse fumarnos un par de porros de marihuana. Coincidió conmigo sin pensárselo mucho y nos pusimos manos a la obra. Creamos una cola de reproducción bastante larga para crear ambiente y dejamos que nuestro criterio musical guiara la conversación. Una cosa llevó a la otra y no me acuerdo de quien fue la idea, pero nos pusimos a ver Toy Story 3, y gracias a la marihuana y a su efecto catalizador sentimental, acabé llorando a mares, como si fuera una solterona de cincuenta tacos en la boda de su mejor amiga. Si hubiera tenido algún juguete a mi alrededor, lo hubiera abrazado y jugado con él un rato (Hasta que se me pasara el efecto de la maría probablemente...).
Acabó la película y seguía fumado, “Buena hierba” pensé. De repente, por cosas del colocón, me dio un antojo de escribir, y como al ordenador de Juanlo no le funcionaba el teclado (me da que se le cayó media botella de vodka encima), pues estoy ahora mismo escribiendo a boli y papel. Deberíais ver la hoja, está llena de manchas, tachones, firmas y algún dibujo abstracto debido a que me subió fuerte el último porro.
Todavía tengo una larga noche de aquí hasta que me duerma. Es sábado, pero, viendo como se encuentra, dudo que pueda convencer a Juanlo para salir hoy también. De todas maneras, tengo todavía la botella de ron aquí “Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña” pienso mientras la botella me llama con su dulce y embriagador canto de sirena.
He de decir que esta entrada es una de las cosas más épicas que he leído en mucho tiempo xD grande!! XDDD hasta me han entrao ganas de fiesta a pesar de tener un dolor de cabeza que ni reirme puedo (cosa que tu entrada a conseguido XD)
ResponderEliminarPd: Di no a los taxis, son el mal xD
un saluudo ^^
Y yo sin resaca ni nada porque no bebo hace eones... xDDDDDD Ya no se ni lo que es emborracharse... XD
ResponderEliminarQuien te ha visto y quien te ve niño!
ResponderEliminarYo sospechaba que te iba a gustar la entrada rosa! xDD y sí tienes razón, los taxis son el demonio taxificado!!